lunes, 1 de junio de 2015

Va de piratas


Me gustó la historia del Flying Dutchman que según la leyenda fue un barco fantasma, lo nombran por primera vez a finales del siglo XVIII en el libro de viajes de George Barrington. Se ha escrito mucho partiendo de esta idea, ha sido el modelo para versionar películas, canciones, historias y poemas... A mí me ha servido de inspiración, pero confieso que me he tomado tantas libertades al escribir este pequeño relato que apenas se le parece vagamente.

Mi tatarabuelo sobrevivió al naufragio de una goleta que hacía la vieja ruta de las especias desde India hasta Europa. Le encontraron delirando, a punto de morir, amarrado a un trozo de madera flotando a la deriva. Cuando regresó a tierra no volvió jamás a embarcar y los días de viento y lluvia terminaba en la taberna borracho y relatando esta historia a quien la quería escuchar. 

En otros mares, lejos de aquí, donde las aguas son frías casi como témpanos de hielo, surcaba sobre las olas, dejando una estela blanca, un temido bergantín con tres palos y dieciséis cañones, que ondeaba al viento la negra bandera pirata con dos sables cruzados y una calavera. La capitaneaba un hombre enorme, rudo, tozudo y sin escrúpulos.

Desde la nave mientras zarpaban, habían escuchado las campanas de una iglesia,  inequívoca señal de mal presagio. Los hombres murmuraban por lo bajo, escupiendo para mostrar su hombría y no desvelar sus miedos pero tocando sus amuletos, aquello podía acarrear consecuencias nefastas y recelosos, cumplían las órdenes a regañadientes.


La última vez que fue avistada, perseguía una goleta que escapaba de su verdugo herida por dos certeros cañonazos que le habían partido un palo y destrozado parte del aparejo. Estaban cerca del Cabo de las Tormentas, ahora conocido como Cabo de Buena Esperanza, allá por el Sur de África en los confines del océano Atlántico. Llevaban desde el amanecer siguiendo a su presa que huía a duras penas de una muerte segura si les alcanzaba el bergantín, pues de todos es sabido que en aquellos tiempos, si te rendías ante los piratas te podían perdonar la vida, pero si te enfrentabas a ellos o huías y te abordaban, no había perdón ni consideración alguna.


Tras el mediodía el cielo empezó a cubrirse de negras nubes, y el viento que ya soplaba con fuerza desde hacía días, comenzó a rugir con furia. En pocas horas el mal tiempo casi les impedía ver la goleta,  las olas eran de más de quince metros y el viento soplaba a más de ciento cuarenta kilómetros por hora. Llegado el oscuro atardecer, mientras el capitán agarrándose como podía por la cubierta se desplazaba dando órdenes, en la cara de los piratas, iluminadas en los momentos que los rayos irrumpían en los cielos se reflejaba el miedo, y empapados luchaban contra el temporal tórpemente.

El segundo de a bordo, antes de ver todo perdido, intentó convencer al capitán para abandonar la ruta y dejar de lado la tempestad, pues los hombres barruntaban mal augurio y el buque peligraba. Discutieron y pelearon, ya que no eran hombres de muchas palabras. –Podemos dar un rodeo, la goleta no puede ir muy lejos– gritaba el segundo para hacerse oír, el capitán con los brazos en alto amenazantes se negaba, y como un loco encolerizado gritaba más que el viento. De repente, una ola irrumpió con tal bravura sobre la cubierta que dos hombres cayeron al agua y el capitán también desapareció. El segundo, inmediatamente mandó virar ayudando al timonel a sujetar la rueda de cabillas, para intentar salir de aquel torbellino mortal de agua, viento y sal; y una chispa de esperanza brilló en los ojos de los tripulantes. Bien por los demonios que empujaban aquellas toneladas de agua, pensaron los marineros al verse libres de ese hosco capitán y lástima por los brazos perdidos ya que era imposible intentar recoger a los compañeros caídos, bastante tenían con aferrarse como podían y seguir manejando los aparejos.

En ese instante, una sombra mayor que la noche que se les venía encima, crecía según su dueño se incorporaba y se le abalanzó por detrás, era el capitán, que agarrándose a la batayola no había caído al agua, gritando como poseído por el diablo alzó su sable blandiéndolo en el aire y atravesó a su segundo de lado a lado que cayó muerto al momento y fue arrastrado por otra ola que azotó con furia la cubierta. El barco quedó al capricho del viento, todos quedaron paralizados y nadie ayudó al timonel que como petrificado gemía apretando los dientes y temblaba salpicado por la sangre de su superior.























Entonces se oyó como un trueno la voz del capitán lanzando a la noche un juramento: –¡Cruzaré el Cabo aunque Dios me haga navegar hasta el Juicio Final!–. Como si hubiera estado orquestado, en ese instante se iluminó la cubierta, un rayo acompañado de una fuerte ráfaga de viento partió el palo mayor y la mesana, perdiéndose así prácticamente todo el aparejo. El buque, incapaz de sobreponerse al desastre ante las gigantescas olas, no tardó en hundirse irremediablemente mientras la aterrorizada tripulación gritaba, se empujaba por aferrarse a alguna tabla y luchaba en vano por salvar la vida. 

Desde entonces, dicen los marineros que en las noches de temporal acompañando al viento, se oyen los lamentos y alaridos de terror de los marineros, y que sus fantasmas vagan condenados junto a su capitán, navegando por los mares hasta la eternidad.


3 comentarios:

  1. Las ilustraciones están realizadas sobre papel sin grano con acuarelas, lápices grasos tipo Conté y creyones.

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  2. un relato muy bonito y los dibujos preciosos como siempre.Enhorabuena.BESOS

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    1. Muchas gracias Gina. Lo pasé muy bien escribiéndolo e informándome sobre la terminología náutica de la que confieso tenía muy poca idea.

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