lunes, 20 de octubre de 2014

Amores de leyenda


Según la Real Academia Española de la Lengua en su cuarta acepción: 
Leyenda (Del lat. legenda, n. pl. del gerundivo de legère, leer), es la relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos.





ermanecía sentado en su lado de la cama. Aún no se había puesto el pijama así que estaba arreglado como siempre y acompañado por su sordera miraba la noche a través de la ventana. En la otra mesilla de noche reposaba humeante una infusión.

La esperaba con las manos juntas casi como en oración pero relajadas y apoyadas sobre las piernas. De vez en cuando cerraba los ojos pensando que le resultaba muy fácil rememorar los años de juventud; por el contrario y desgraciadamente, de lo ocurrido a lo largo del día a día era incapaz de recordar prácticamente nada, salvo en lo relacionado con ella. 

Suspiró profundamente, la conocía desde siempre. Cuando eran niños charlaban y reían junto a los compañeros al salir de la escuela hasta que cada uno se encaminaba a su casa. Cuando llegó la adolescencia recordaba cómo la miraba sin que ella se diera cuenta, se estaba convirtiendo en una mujer espectacular, alta, delgada, alegre, simpática y con un rostro que nada tenía que envidiar a las artistas de cine. Después llegó la guerra y ella dejó los estudios para ayudar más en casa. A punto de terminar esta le tocó a él cumplir con el servicio militar, y no pudo hasta que se licenció culminar  por fin sus estudios. 

En aquel momento le parecía inalcanzable, debido a las costumbres de la época, los lutos tras la guerra y la austeridad de su familia en extremo religiosa, a la que casi todo le parecía indecoroso. 



na tarde de fiesta se armó de valor aprovechando un despiste de las carabinas que la acompañaban en las pocas ocasiones que ella salía, y le declaró sus intenciones. 

La cortejó durante seis meses, pero no soportaba estar en la misma habitación que ella sin poder tener siquiera sus manos entre las suyas. Sin poder hablar relajadamente, sino solo midiendo las palabras para que no pareciera un atrevimiento cualquier banalidad. Así que le propuso matrimonio y ella aceptó, lo que le hizo llorar en silencio de felicidad y le llenó de satisfacción, aún ahora sentía lo mismo cuando rememoraba el momento. 

Después de casados, llegó el reto de subsistir en una isla que carecía de casi todo y el viaje a Venezuela, donde encontró trabajo sin problema aunque la vida allí era muy distinta y no terminaba de sentirse cómodo. La añoranza era inmensa, escribía cartas todos los días y recibía también correspondencia casi a diario, a veces más de una carta. Ella había regresado a casa de sus padres para poder ahorrar algo y le contaba que sufría en silencio las mirada de reproche, y lloraba tumbada sobre la cama para desahogar la angustia que le producía escuchar decir por lo bajo a los vecinos la frase maldita –ese se queda como tantos y no vuelve–. Habían acordado que ella iría más adelante, como tantas parejas isleñas, cuando hubiera buscado una casa que se ajustara a sus necesidades, pero como no se acababa de ver viviendo allí, después de un año aproximadamente, regresó a la isla con los ahorros bajo el brazo para gran felicidad de la familia.


uego llegaron los hijos, el mantener cuñados o hermanos cuando las malas rachas llegaban, el cuidar de los mayores. Y ahora, sesenta años más tarde, él era uno de esos mayores. Las tornas habían cambiado sin apenas darse cuenta y los hijos ahora eran quienes lo organizaban todo.

No oyó la campanita que alerta cuando abrimos la puerta de la calle. Al entrar en la habitación la imagen me dejó perpleja y sentí un fuerte deseo de abrazarlo y una angustia terrible al pensar en lo que estaría pasando por su cabeza, pero él ya estaba colmando de besos a mi madre, su amada, mientras ella sonreía y le decía: –Me estabas esperando, pero si ya es muy tarde_. Al sentarse sobre la cama reparó en la infusión, –¿Y la tacita de agua?–. –Oh, es por si al final venías– respondió él con una sonrisa tomando su rostro entre las manos sin dejar de sonreír. –Menos mal, menos mal, empezaba a creer que a estas horas de la noche ya no te daban el alta_. Y tras suspirar comentó –Ya me puedo poner el pijama, sólo ha sido un susto– y un leve movimiento de los labios exteriorizó su amargura por un instante.

En sus miradas se intuye juventud, inquietud y ganas de vivir; pero el paso  de los años no perdona, las arrugas en sus rostros, en las manos y los andares más torpes, los delatan.  Si no fuera por eso, si sólo viésemos sus ojos, creeríamos que aún son unos jóvenes enamorados.



espués de más de media vida juntos, pensando en el otro y sintiendo por el otro no dejan nunca de asombrarme. 

5 comentarios:

  1. Las ilustraciones en este ocasión son letras capitulares realizadas con acuarelas, lápices de colores y rotuladores sobre papel sin grano.

    ResponderEliminar
  2. Me emocionaste, Flor.
    Y las letras, preciosas.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, también yo me emocioné al ver a mi padre esperando a mi madre, tal y como lo cuento, tras uno de los sustos que nos dio mamá en estas últimas semanas. Y es que aunque están muy mayores siguen manteniendo esa chispa en la mirada.

    ResponderEliminar
  4. Hola Floren, hemos leído el relato Adela y yo, juntos. Cómo nos gustaría que, cuando seamos un poco más mayores, mantengamos esa chispa en las mirada que tú encuentras en tus padres. Un beso. Pablo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que el éxito para mantener esa chispa en el corazón, consiste en ver en el otro siempre a la persona que te enamoró, no al cuerpo que la envuelve, con sus arrugas, canas y achaques y eso también lo veo en la pareja que formáis. Muchos besos

      Eliminar