domingo, 18 de mayo de 2014

Perico Pataletas
























erico Pataletas vivía en el pueblo de arriba, pasado el puente de piedra, más allá de los árboles. Andaba siempre gritando a todo el mundo y se cogía unos berrinches de órdago por cualquier cosa, sin motivo aparente, porque lo suyo era fastidiar al personal, supongo que de puro aburrimiento.

Una tarde de primavera a las puertas ya del verano, caminaba sonriendo por los alrededores de su casa, en dirección al estanque de los patos, dando golpes con una rama a todo lo que encontraba a su paso. Tenía la mala intención, como era habitual, de asustarlos con sus tremendos alaridos. _¡ahhh, ahh, aaaaahh!- Y los pobres animales huían despavoridos dejando un reguero de plumas a su alrededor. 

Entonces satisfecho se tumbó en la hierba y puso las manos debajo de la cabeza. Mirando desde allí debajo, descubrió por casualidad en el árbol que vivía al frescor de la orilla, un panal de abejas. –Ah, os vais a enterarrrr– gritó de nuevo, al tiempo que se levantaba de un brinco. –Esto es mío, no quiero a nadie en mi jardín– gritó otra vez. Y a continuación hizo lo que nunca se debe hacer. Cogió la rama y empezó a chinchar a las pobres abejas que no le habían molestado hasta ese momento, mientras les gritaba. –¡Ah, ahh, aahh!–. 


Fue en ese preciso instante, cuando más abierta tenía la boca, cuando una abeja se le metió dentro. -¡Aaahh!, !aay!– dijo esta vez asustado con los ojos muy abiertos.

La abeja también estaba asustada, no sólo por aquella rama que había cobrado vida de repente y amenazaba el panal, sino por la oscuridad que se había producido en un momento. Tenía que salir de aquella cueva oscura, sacó su aguijón y sin pensarlo dos veces lo clavó en la punta de aquella forma húmeda. El alarido de Perico dicen que se oyó desde el valle. Escupió la abeja, que cayó muerta a sus pies y salió corriendo hacia su casa con la lengua tremendamente hinchada. Llorando como nunca y esta vez gritando con razón.

Así fue como Perico Pataletas después de una semana de tener la lengua hinchada como una pelota pudo por fin cerrar la boca y se le pasaron para siempre las ganas de molestar a los demás. 

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