LA HUIDA

Todos a lo largo de nuestra vida hemos huído alguna vez de algo. No siempre huír es de cobardes, a veces es la opción más sensata o la única posible.

Podemos huír físicamente de alguien, de un presentimiento o de un suceso que va a ocurrir. También huímos de nosotros mismos por no poder controlar los miedos: el miedo al fracaso, a sufrir un desamor, a perder el control sobre los demás o sobre nuestra circunstancia.

En realidad nos pasamos la vida huyendo, huímos del compromiso, de tener que elegir, de los cambios...  hasta que de pronto un día decidimos enfrentarnos a alguno de esos miedos, para luego seguir adelante en un bucle eterno donde son muchos los valores afectivos y sociales que influyen en nuestra manera de ser, en nuestra fortaleza y en la visión que tenemos de la vida.

Cerró los ojos y extendió los brazos.

Danzó descalzo sobre el suelo frío hasta que dejó de sentir la aspereza de la piedra. 

La huida fue hacia arriba como las motas de polvo en un haz de luz.

Sintió entonces que desaparecían los barrotes que le encerraban el alma. 

Se dibujó la hiedra enredándolo mientras lo alzaba. 

Desapareció la opresión de su pecho y la celda se desvaneció. 

Era libre.

Sus carceleros, incrédulos, siguen pensando que alguien le ayudó.